Hoy, las inundaciones ocupan un lugar en la agenda actual, pero rara vez se analizan como un síntoma del cambio climático a gran escala. Desde APCD, en el marco del Día Internacional del Agua, reflexionamos sobre algunos conceptos clave que nos ayudan a comprender por qué llegamos a este escenario climático. Esta fecha nos recuerda la importancia del agua para las comunidades y los ecosistemas, así como la urgencia de su protección.
Una vez más, el panorama era previsible y tristemente anunciado. Las lluvias en Paraguay no han cesado, y diversas comunidades del Gran Chaco Argentino se ven afectadas. En este Día Internacional del Agua, es más urgente que nunca revisar y comprender el contexto actual del cambio climático y sus consecuencias.
A pesar de la existencia de redes de monitoreo que advirtieron los días previos sobre las crecientes del río Pilcomayo, frontera natural entre Argentina y el país vecino, algunas comunidades del Gran Chaco se encuentran afectadas y sin planes de contingencia adecuados. Si bien en los territorios donde nosotros trabajamos no se han registrado inundaciones, los caminos se han vuelto intransitables. Esto significa que, aunque el agua no los cubra por completo, los accesos están bloqueados, dejando a muchas personas aisladas y sin posibilidades de abastecerse de alimentos, atención sanitaria o agua potable.
- Comunidades nivacle en cercanías de Faaicucat, también conocido como Algarrobal
¿Cómo llegamos acá?
El escenario no es nuevo, y por eso es fundamental recordar cómo se configuró la situación actual. Mientras el gobierno niega el cambio climático y la agenda mediática fragmenta la información—limitándose a las emergencias más inmediatas, que luego quedan en el olvido—las causas estructurales del problema siguen sin abordarse.
Las inundaciones son el resultado de múltiples factores combinados. Lluvias intensas en períodos cortos, el ascenso de ríos de planicie con baja velocidad de circulación y alto contenido de sedimentos generan desbordes naturales, formando bañados e inundaciones. A su vez, estos sedimentos obstruyen las depresiones naturales del terreno, amplificando el alcance de las anegaciones.
La deforestación agrava aún más la emergencia. No se trata solo de una u otra provincia—Salta, Formosa y Chaco están entre las más afectadas—sino de un fenómeno regional que se extiende a Bolivia y Paraguay, donde la situación ya es caótica y devastadora. Basta con observar un mapa de la zona para dimensionar la magnitud de la destrucción de los bosques nativos.

Cada cuadradito es un sector desmontado. Hoy la región, parece un rompecabezas incompleto, sufre las consecuencias de la falta de absorción de las lluvias.
Los bosques son barreras naturales contra la erosión y reguladores esenciales del agua, la temperatura y el clima. Sin ellos, la tierra queda desprotegida frente a temperaturas extremas, se pierde la capacidad de retener e infiltrar el agua, y desaparecen refugios vitales para la flora y la fauna. Pero más allá del impacto ambiental, esta destrucción también obliga a comunidades enteras a desplazarse en busca de nuevas tierras, generando una migración forzada.
El agua baja, pero ¿qué viene después?
Todo esto nos lleva a preguntarnos qué tipo de desarrollo queremos para nuestras regiones, cómo queremos habitar los territorios y qué actores deberían unir fuerzas para construir un futuro más equilibrado y humano. Estas decisiones se toman en los márgenes de nuestra patria, en territorios históricamente invisibilizados, con escasa representación en la toma de decisiones y recursos limitados.
Hoy, la emergencia domina la escena. Por eso, llamamos a la empatía y al apoyo para las comunidades que atraviesan esta crisis. En muchas zonas, el corte de rutas impide el tránsito de personas, el paso de maquinaria vial y la llegada de la ayuda necesaria. Esto genera aislamiento en parajes y comunidades indígenas, alimentando la incertidumbre y el temor ante el futuro.
Queremos imaginar un futuro posible, pero también construirlo. Un futuro que contemple medidas concretas ante los efectos del cambio climático, que detenga la deforestación y la reconozca como un delito, que garantice coherencia entre las políticas nacionales de Argentina, Bolivia y Paraguay, así como entre sus provincias y departamentos.
Que la emergencia nos sacuda, nos movilice, nos haga reaccionar. Pero que cuando el agua baje, no desaparezcamos del territorio ni olvidemos lo ocurrido, esperando la próxima crisis como si fuera inevitable.